lunes, 13 de junio de 2011

''Ego''

Nunca antes había sentido el propio temor crepitar sobre sus huesos. 
Lanzaba sus pasos con miedo...Sí. Esa sensación que irradia su corazón y bañaba sus venas. Sonaba el eco profundo de su voz agitada por cada esclusa, estremeciendo su propia alma.
A medida que iba corriendo y observaba cada callejón oscuro el alcantarillado, una opresión mayor invadía su mente. Entre saltos de agua, el sonido de sus pasos y su tono jadeante no había más que silencio e interminables canales por los que cruzar. Más nervioso, aceleró el paso. Su voz se convirtió pronto en gritos y su cuerpo le desfallecía. No había nada que hacer. Nada más por sentir. Nada más por lo que vivir.

De repente, luz. Un albor tenue del techo. Una salvación. O más visiones de su demencia.
Allá donde el halo señalaba las aguas turbias, agarró las escaleras hacia su liberación.
Un escalón. Otro. Otro más. La subida no fue sino larga e infinita. Tosiendo y gritando por la ansiedad de los malolientes y cargados desagües, levantó aquella fría tapa de hierro para tornar sino a más bramidos que tomaban hueco en la ciudad vacía donde asomó.

Todo eran ruinas, soledad. Nubes de polvo y piedras, cristal, cuerpos. Sangre. 
El reloj de la ciudad entonces dio las doce.
Ahora sí que no había remedio. No había rumbo. Dolor desgarrador en su pecho y piernas flaqueantes, sumado a una dulce jaqueca.
Divagando por la inmundicia se formó su imagen en un espejo de escaparates rotos.
Sus pupilas se dilataron. Sus oídos vibraron al verse reflejado. El hálito se entrecortó. Ojos lagrimearon.
Era una bestia. Y sin duda no sabía quién era.
E sus manos la sangre de otros, seca, se marcaba. En su piel de gallina. En sus puños impíos rompiendo el espejo.

Sus pasos sin rumbo le dieron a una fuente donde de nuevo se vio, reflejado en las aguas. Rememoró gritos, estallidos. Todo cruzaba su mente. Asesinatos, genocidio. Realmente era una bestia. En sus últimas sonaron ecos de su voz al ennegrecer todo.

Despertó de sobresalto donde todo sucedió, pero era pues distinto. Agudizó el oído;
Le observaban. Le seguían. Concretamente una figura argéntea y muy familiar.
Perjuró voces sin fuerza por la fatiga. Gimió, lloró, se retorció de dolor. Cada vez le sentía más cerca.
Esa mirada fría y penetrante.
Presión invadiendo su cabeza, lamentos inútiles, lamentos tristes. Todo en su cabeza no era sin embargo nada. Pronto dio con él, inmóvil, la agria mirada.
Era él. Su propio Ego.

Atravesado completamente por su propia dicha y un cuchillo. Tras arrebatar tantas vidas le dio paso la suya. Su piel ahora roja se vaciaba sobre la calzada en borbotones.
Y salió el sol. Toda esperanza se fue, al fin, como el color de éste.
Sus ojos se cerraron. Su subsistencia se fue. El tiempo sin embargo, no. Éste pasó lento,
Dando las una.

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